Una búsqueda personal: ser feliz
No permita que nada ni nadie
le roben la paz interior que Dios
desea que haya siempre en usted...
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Fernando
Alexis Jiménez
I
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magínense por un instante un
pueblecito pequeño en el que todo resulta tan familiar, que aún sin despertar
el día ya todos saben qué le ocurrió a los vecinos de enfrente y a los que
residen dos casas más allá. Y por esa proximidad que ha eliminado diferencias
culturales, económicas y raciales, pronto se enteran que el boticario trajo de
la ciudad una urna en la que dice guardar la “piedra de la felicidad”.
--Vendí todo lo que tenía y
la compre—explica a los visitantes al tiempo que comparte su esperanza de
que ahora sí terminen sus problemas.
Alguien se anima: “Yo
quiero una” y otro más le sigue, y en cuestión de horas todos tienen su
propia “piedra de la felicidad”. Es así como en menos de dos semanas no
hay hogar donde no se exhiba una, y ansían que llegue el atardecer para
sentarse en torno al altar que le han construido.
--Es eficaz-- comentan
sin dejar de sonreír porque esa es la misma actitud que vieron en el notario,
en el tendero y en el único médico del poblado.
Sin embargo un día cualquiera uno
de los parroquianos comenta que la piedra no ha traído mayores cambios a su
familia, salvo que para comprarla, vendió todas sus propiedades y ahora le toca
redoblar esfuerzos para conseguir el sustento.
--Ya no soy feliz—admite--.
Creo que era más feliz cuando podía hacer las cosas que antes--,y aleja de su rostro todo asomo de sonrisa
porque está cansado de fingir lo que no siente.
Sus frases son corroboradas
por otro, y otro más, y pronto --como en una romería-- decenas de personas van
camino del basurero a arrojar las piedras, las que antes de llegar la noche se
convierten en un montón y se erigen como
el monumento a una insaciable búsqueda de la realización personal.
De regreso a la cotidianidad,
alguien comparte:-- Me dijeron que en un pueblo cercano encontraron la
fórmula para la felicidad--. Y comienza de nuevo el ciclo casi con iguales
características que experimentaron cuando renunciaron a todo lo que poseían
para comprar la piedra...
Una búsqueda personal
Este breve relato que conservo
desde cuando cursaba teología en el Seminario, me llevó a reflexionar en la
incesante búsqueda de realización que acompaña a decenas de personas.
Ese afán tiene varios nombres.
Para algunos es la “felicidad”, para otros “paz espiritual”, hay
quienes le pusieron el rótulo de “buenas relaciones con Dios” y otros
más “alcanzar metas en la vida”.
Cualquiera que sea la
etiqueta, expresa la ansiedad que nos despierta ver transcurrir los días sin
que nada extraño ocurra para despertar un día y descubrir, aterrorizados, que
poco a poco nos hacemos viejos sin que hayamos hecho algo que valga la pena o
que al menos deje huellas en los demás. Eso es tanto como transitar por la
existencia sin “Pena ni gloria”.
Esta condición se refleja en
la vívida descripción que hace Job cuando escribe: “El minero ha puesto fin a las tinieblas:
hurga en los rincones más apartados, busca piedras en la más densa oscuridad.
Lejos de la gente cava túneles en lugares nunca hollados; lejos de la gente se
balancea en el aire. De sus rocas se obtienen zafiros, y en el polvo se
encuentra oro. Abre túneles en la roca, y sus ojos contemplan todos sus
tesoros. Anda en busca de las fuentes de los ríos, y trae a la luz
cosas ocultas.”(Job 28:3, 4, 6, 10, 11. Nueva Versión
Internacional).
El protagonista del relato
bíblico encarna a muchos de nosotros, ocupados tal vez en hallar algo que le
otorgue sentido a la vida. Sin embargo tropezamos con una enorme desilusión al
descubrir que aquello en que creíamos encontrar la fuente de la paz, la
realización personal o lo que muchos denominan “felicidad”, no es más
que un espejismo.
En mi vida he acompañado como
espectador a decenas de condiscípulos que dijeron en algún momento: “Ahora
sí encontré el camino que debo seguir”, y comenzaron el sendero para
hallarlos, después de algún tiempo, dando vueltas en el mismo lugar, sin que
hayan logrado nada extraordinario salvo que se esforzaron sin resultados.
Ahora ¿Qué sigue?
Leí hace pocos días la
historia de un evangelista en China que tras dedicar sus esfuerzos a predicar,
caer prisionero y fruto de las torturas quedar casi inválido, oraba a Dios en
medio de su desesperación para reclamarle que lo había engañado. “Me
prometiste una vida plena y mírame como estoy”, repetía en la soledad de su
celda. ¿Cuándo vio la respuesta? El día en que dejó de hacer las cosas a su
manera y se sometió a Dios. Fue en ese instante cuando abrió el corazón al
mover del Señor. Y las cosas cambiaron.
Igual situación comparten millares
de seres humanos que consideran resueltas sus dificultades una vez aceptan al
Señor Jesucristo. Desean una transformación rápida, como si estuvieren
preparando un café instantáneo y no sujetos a la realidad de que experimentan
el proceso de transformación propio de una vida en la que –con ayuda de
Dios—deben producirse cambios.
En su desconcierto son
semejantes a quien expresa desolado: “Pero,
¿dónde se halla la sabiduría? ¿Dónde habita la inteligencia? Nadie sabe lo que
ella vale, pues no se encuentra en este
mundo. «Aquí no está», dice el océano; «Aquí tampoco», responde el mar. No se
compra con el oro más fino, ni su precio se calcula en plata.”(vv.
12-15).
¿Por qué tropezamos con un
enorme muro en nuestro propósito de cambio? Por dos razones elementales. La
primera, aspiramos cambiar a fuerza de voluntad. Y segundo, queremos una
transformación con nuestros métodos y no sometiéndonos al tratamiento de Dios,
el cual no entendemos fácilmente pero resulta más eficaz que cualquier otro.
Dios nos muestra el camino
A Pablo lo encontré nuevamente
el fin de semana en una iglesia en la que prediqué. Nos conocimos hace un buen tiempo cuando él cursaba
estudios en el Seminario católico de Santiago de Cali mientras que yo avanzaba
mi formación en el Seminario evangélico.
--Pensé encontrarte en una
parroquia pero no aquí—le dije sin ocultar la sorpresa que me despertó
verlo alabando a Dios y con una Biblia.
--Yo también pensé que
algún día sería párroco, pero cuando busqué a Dios con el corazón y no con las
emociones, me cambió la ruta—respondió. Está próximo a recibir la
ordenación pastoral en la
Alianza Cristiana y Misionera.
Sus palabras me quedaron
sonando: ”... busqué a Dios con el corazón y no con las emociones ...”.
Igual con usted y conmigo. Si volvemos la mirada a Dios encontraremos un
sendero diferente, el que nos lleva a la auténtica realización, al equilibrio
personal, a encontrarle sentido a nuestra existencia. A este aspecto se refería
el célebre pensador y matemático Blas Pascal al decir: “Es el corazón el que
experimenta a Dios y no la razón”.
El texto que pudimos apreciar
hoy en el capítulo 28 del libro de Job, dice que Dios “Cuando él
establecía la fuerza del viento y determinaba el volumen de las aguas, cuando
dictaba el decreto para las lluvias y la ruta de las tormentas, miró entonces a
la sabiduría y ponderó su valor; la puso a prueba y la confirmó. Y dijo a los
mortales:«Temer al Señor: ¡eso es sabiduría! Apartarse del mal: ¡eso es
discernimiento!»”(Versículos 25-28).
Observe que transcurrieron
veintiocho versículos antes de hallar la verdadera fórmula hacia la plenitud
del género humano
“Y dijo a los mortales:
«Temer al Señor: ¡eso es sabiduría! Apartarse del mal: ¡eso es discernimiento!»”(Versículo
28).
Si está peregrinando en la búsqueda
de un sentido para vivir, lo felicito. Sólo cuando despertamos a la realidad
podemos admitir errores y coincidir en el hecho de que transitar el sendero
equivocado no lleva más que a la frustración.
Pero sus días pueden ser
diferentes. Basta que le abra las puertas al Señor Jesucristo y le permita que
obre en su ser. El dijo: “Mira que
estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y
cenaré con él, y él conmigo.”(Apocalipsis
3:20).
Nuestra sincera recomendación
es que le abra las puertas de su corazón a Jesucristo. Puedo asegurarle que
transformará todo su ser. Sólo Él puede hacerlo y hoy es el día oportuno para
que tome esa decisión.
No dudo que experimentará
transformaciones en su existencia. Si le asalta alguna inquietud, escríbame
ahora mismo a webestudiosbiblicos@gmail.com
o llámenos al (0057)317-4913705
© Fernando Alexis Jiménez
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