Cuando caminamos con Dios en oración, Él nos concede la victoria |
1. Lectura Bíblica: Lucas 5:8, 20
2. Versículo
para memorizar:
“Sobrellevad los unos las cargas de
los otros”, escribe Pablo (Gálatas 6.2)
3. Reflexión en
la Palabra de Dios:
James Cain
Durante años, estuve convencido
de que yo siempre tendría una vida de oración pésima. Después de ser cristiano
por más de dos décadas, oraba con poca frecuencia y por cosas al azar, si es
que lo hacía. Pero sabía que Jesús nos había dado el ejemplo de cómo debía ser
la vida de oración, y que la mía necesitaba cambiar.
Decidí,
entonces, que las semanas previas al Domingo de Resurrección le haría frente a
la situación. Me dispuse a utilizar esos días para disciplinarme y aprender de
las oraciones de otros, y comenzar el día hablando con el Señor. ¿Cuál fue la
decisión más difícil? Escoger las oraciones que utilizaría.
Usar
una oración escrita puede parecer un ritual vacío, pero la práctica tiene una
rica historia en la iglesia. Los salmos son, esencialmente, oraciones a las que
se les puso música, y el Padrenuestro sigue siendo utilizado en las iglesias,
tanto por su contenido como por ser un modelo para comunicarse con Dios.
Debido
a que yo quería ampliar y profundizar mi vida de oración, modifiqué una oración
escrita por Pacomio, un cristiano del siglo IV, por su énfasis en la Trinidad,
y utilicé las oraciones del texto The Valley of
Wisdom (El valle de
la sabiduría).
Después
de hacer un plan, puse la alarma del reloj y me fui a dormir sintiéndome
esperanzado. El primer día, a las 5:30 de la mañana, salí de la cama y murmuré
soñoliento la oración que había elegido para comenzar la rutina de la mañana.
Más tarde, al terminar ese primer día, sentí que volvía un poco de mi viejo
desánimo, porque mi “vida de oración” parecía estar muy separada de todo lo
demás que yo hacía.
Ese
patrón continuó durante la semana, pero en el séptimo día comencé a ver algunos
cambios. Comencé a esperar ansiosamente que sonara la alarma. También me veía a
mí mismo, a la oración, y al propio Jesús de una manera más clara.
Al
acudir al Nuevo Testamento, me di cuenta de que lo que estaba experimentando
era lo que nos sucede cuando tenemos un encuentro con Jesús y nos ponemos en
sus manos con un corazón humilde: el Señor transforma nuestra vida, suple
nuestras necesidades, y nos comisiona para proclamar su nombre y su reino
eterno.
Pensemos
en Pedro, conocido tradicionalmente como un pescador rudo e impetuoso. Cuando
se encontró con Jesús, algo cambió tan repentinamente en él que dejó sus redes
—probablemente un negocio familiar por varias generaciones —para seguir al
Maestro. Uno de sus primeros encuentros con Jesús tuvo lugar después de una
noche de pesca infructuosa. A instancias de este carpintero de Nazaret, Pedro
se aleja de la costa para lanzar por última vez las redes. Cuando la
embarcación casi se hunde bajo el peso de los peces, Pedro se ve a sí mismo —y
a Jesús— más claramente que nunca. “Apártate de mí,
Señor”, le dice, “porque soy hombre pecador” (Lucas 5.8). Pero
Jesús llama a Pedro a seguirle, y le promete que él más bien “pescará” hombres.
Encontrarnos
con Jesús en oración debe inspirarnos a vernos a nosotros mismos como se veía
Pedro. La oración genuina requiere primero el reconocimiento de que la
situación es sombría, y de que somos peores de lo que pensábamos.
No
venimos al Señor en nuestra mejor condición, necesitando ser transformados para
llegar a la meta. Es decir, tenemos la desesperante necesidad de ser rehechos y
moldeados de nuevo por Aquel que nos hizo, para empezar.
En
mi experimento, descubrí que yo estaba comenzando a verme a mí mismo con la
claridad de Pedro, gracias al Salmo 51. Este salmo, que está incluido en la
oración de Pacomio, comienza con David clamando por misericordia por su pecado
con Betsabé. La porción más conocida es la petición que hace David de ser
renovado, y encontré que su ruego —“Crea en mí, oh
Dios, un corazón limpio” (v. 10)— resonaba en todas mis
reuniones y tareas diarias.
Así
como lo hizo con Pedro, el Señor nos busca algunas veces de manera específica.
En otras, encontrarse con Él requiere perseverancia de nuestra parte. Por
ejemplo, cuando cuatro hombres trajeron a su amigo paralítico a Jesús,
descubrieron que Él estaba más allá de su alcance. Pudieron haberse regresado a
sus casas, o pudieron haber esperado un día más. Pero, en vez de eso, llevaron
a su amigo al techo, hicieron un agujero, y lo bajaron al interior de la casa.
La reacción de Jesús no fue de enojo, sino de compasión: “Hombre,
tus pecados te son perdonados” (Lucas 5.20).
Después
de esto, Él también demostró su autoridad curando la parálisis del hombre. La
tenacidad de esos hombres para llegar a Jesús tuvo un impacto permanente en
todos los que estaban allí. Eso pudiera también ilustrar algo importante en
cuanto a la oración: No necesitamos llevar solos nuestras cargas.
Para
un solo hombre, llevar a su amigo a Jesús habría sido muy difícil, pero cuatro
hombres compartieron la carga y se animaron unos a otros en el camino. “Sobrellevad los unos las cargas de los otros”, escribe
Pablo (Gálatas 6.2). Podemos hacer esto fácilmente cuando
hablamos al Señor en favor de otros. (Tomado del Sitio
Encontacto.org)
Sólo
Dios puede llevarnos a una vida de oración dinámica, transformadora. El proceso
comienza cuando le abrimos el corazón a Jesucristo. Él hace posible todas las
cosas. Si hoy decide entrar en comunión con Dios, tome la mejor decisión de su
vida. Reciba a Jesús como Señor y Salvador. Le aseguro que emprenderá el
maravilloso camino de crecimiento personal y espiritual que tanto anhela.
Si
tiene alguna inquietud, le invito para que nos escriba a webestudiosbiblicos@gmail.com o
nos llame al (0057) 317-4913705
4. Preguntas para el crecimiento personal y espiritual:
a.
¿Ha dejado de comunicarse con Dios?
b.
¿Cuándo fue la última vez que oró a Dios?
c.
¿Es disciplinado al orar?
d.
¿Cuándo y por qué dejó de orar?
e.
Una meta que asumo en mi vida es comprometerme cada día a orar a Dios
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