Dios nos permite edificar familias sólidas |
1.
Lectura Bíblica: Levítico 26:40, 44,
45
2.
Versículo para memorizar:
“Por amor a ellos me acordaré de mi antiguo pacto con sus
antepasados, a quienes saqué de la tierra de Egipto a los ojos de todas las
naciones, para ser su Dios. Yo soy el Señor” (Levítico
26:40, 44, 45. Nueva Traducción Viviente)
3.
Reflexión en la Palabra de Dios:
Si algo no podía creer
Raquel, era que su situación de salud y la crisis económica que se agudizaba
cada día más, obedeciera a prácticas muy lejanas de ocultismo. “No creo que haya relación entre una cosa y
otra”, aseguró con un gesto de escepticismo que guardó por mucho tiempo.
Ese día, fue el fin del
diálogo, que se reanudó dos semanas después cuando regresó a la iglesia. Estaba
desesperada. La situación iba de mal en peor. “Creo que ahora sí no encuentro salida para la situación”, se quejó.
Al comienzo no reconocía
haber cometido ningún error. “Soy buena
persona—dijo--. No le hago mal a
nadie, si alguien necesita le ayudo… No sé qué pude hacer hecho mal”.
Revisando su vida
reconoció que, en cierta ocasión y cuando sospechaba que su esposo le era
infiel, consultó una adivina. Incluso, le hizo un “trabajo” procurando que nadie lo robara de su lado. Incluso pidió
que su cónyuge “no le diera un peso a su
amante” y aseguró que esto fuera así mediante un conjuro.
Aunque la situación se
resolvió, en apariencia, y el marido regresó a casa, la crisis económica tocó a
las puertas y enfermedades inexplicables.
Renunciar a todas sus
prácticas ocultistas y confesar a Jesucristo en su vida como Señor y Salvador,
fue el camino para romper las maldiciones que pesaban sobre su existencia y las
de su familia.
Cuando descubrimos que las maldiciones a las que nos encontramos
expuestos, son el fruto de la desobediencia a Dios abriendo puertas al
ocultismo y la inmoralidad, es necesario un sincero arrepentimiento.
Un segundo paso es la confesión de nuestro pecado delante
del Señor. Eso incluye no solo los errores propios sino los de nuestros
ascendientes. Es la forma de renunciar definitivamente a toda maldición en la
que incurrieron nuestros antepasados.
Nuestro Padre celestial instruyó claramente sobre los pasos que deben
rodear toda renuncia a las maldiciones: “Sin embargo, al
fin mi pueblo confesará sus pecados y los pecados de sus antepasados por
traicionarme y por ser hostiles hacia mí. A pesar de todo esto, cuando estén
desterrados en la tierra de sus enemigos no los despreciaré ni los rechazaré
por completo. No cancelaré mi pacto con ellos destruyéndolos, porque yo soy el
Señor su Dios. Por amor a ellos me acordaré de mi
antiguo pacto con sus antepasados, a quienes saqué de la tierra de Egipto a los
ojos de todas las naciones, para ser su Dios. Yo soy el Señor”
(Levítico 26:40, 44, 45. Nueva Traducción Viviente)
Sólo cuando nos volvemos a Dios, vienen las bendiciones. Él nos ama y
desea lo mejor para nosotros y debemos caminar en Su voluntad, en la certeza de
que Él trae abundancia y prosperidad, la misma abundancia y prosperidad que
quizá por otros medios—entre ellos el ocultismo—procuró alguna vez.
4. Preguntas para el crecimiento
personal y espiritual:
a. ¿Sabe qué son las
maldiciones?
b. ¿Teme que maldiciones
familiares pesen sobre su familia?
c. ¿Ya evaluó cuántos de
sus ascendientes pudieron estar inmersos en ocultismo?
d. ¿Ha orado a Dios
rompiendo maldiciones?
© Fernando Alexis Jiménez
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