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Enfrentando los gigantes en el poder de Dios


Jamás dude de la capacidad que Dios le dio de vencer sobre los problemas


1. Lectura Bíblica: 1 Samuel 17

2. Versículos para memorizar:

 “Entonces dijo David al filisteo: Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza” (1 Samuel 17.45, 46a).

3. Reflexión en la Palabra de Dios:

Allí está el joven pastor, tan indignado por las maldiciones del gigante contra el Dios de Israel, que se ha ofrecido voluntariamente para enfrentar al guerrero filisteo. Allí está David, escoltado por el rey de esta nación y líder de su ejército, empuñando solamente una honda y cinco piedras, mirando fijamente a un diestro asesino, un soldado con armas afiladas.

Te derribaré y te cortaré la cabeza”, le dice David.
Esas son palabras audaces, ¿no? Imaginemos qué consejo habría recibido David hoy en día: “Promete hacer lo mejor que puedas. Di a todos que tienes la esperanza de obtener una victoria, pero recuérdales que no fuiste tú quien los metió en el problema. Asegúrate de hacer todo lo que el rey Saúl te aconseje, para que puedas culparlo si las cosas no salen según lo planeado”.
¡Qué bendición para nosotros que David no fuera guiado por la sabiduría de los hombres! Él no necesitaba preocuparse por su imagen pública, ni por su posible derrota. No necesitaba tampoco el consejo de Saúl, el rey inseguro que confiaba en su ejército y en su armadura en vez del Dios que una vez lo había ordenado rey.
Imaginemos a David parado ante la tienda de Saúl, vestido con la armadura y el casco del rey, y con una espada reluciente puesta en sus manos. Imaginemos a los asistentes de Saúl haciendo todo lo posible por preparar a este joven pastor de ovejas para enfrentarse a un guerrero que ningún soldado israelita había tenido el valor de combatir, previendo, sin comentarlo, que el joven sería matado brutalmente.
No puedo caminar con esto”, dice David a los ofrecimientos del rey, “pues no tengo experiencias con ellas” (1 Samuel 17.39 LBLA).
No importaba que los soldados y el rey mismo le recomendaran aparejos para la batalla; David estaba siendo guiado por Dios, pero da una razón lógica para no usar las armas de Saúl. No dice: “No, gracias. Dios me ha prometido la victoria, y por eso voy simplemente a salir a caminar y a esperar que un rayo caiga sobre el gigante”. David rechaza las armas de Saúl, incluyendo la misma espada que podía haber hecho más creíble su amenaza a Goliat, porque no tenía ninguna experiencias con ellas.
¿Con qué si tenía experiencia? Con la protección y la provisión de Dios. “Tu siervo ha matado tanto al león como al oso; y este filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha desafiado a los escuadrones del Dios viviente” (1 S 37.36).
David sabe que no necesita la armadura del rey, porque se aferra a lo que sí tenía experiencia: la fidelidad de Dios cada vez que él había defendido a su rebaño de ovejas. Lo que nosotros sabemos por haber leído los capítulos que siguen, es que Dios —sin que nadie lo supiera— había aumentado el rebaño de David. El guardián de ovejas había sido ordenado para pastorear algo no del todo diferente: los hijos de Israel.
Así que David camina hasta el río, donde selecciona cinco piedras en perfectas condiciones para ser lanzadas. Después se dirige hacia el gigante para enfrentarlo, con su cayado de pastor en una mano, con su vieja y probada honda en la otra, y con la seguridad de que Dios dirige la senda de quienes confían en Él en vez de su propio saber (Proverbios 3.5, 6).
Notemos cuán diferente es la fe de David en el Dios vivo, en comparación con la religión de Goliat. El filisteo ha estado maldiciendo, por sus dioses paganos, al pueblo de Israel. Pero el dios de Goliat es, en realidad, él mismo. “Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina”, dice David. En otras palabras, le dice a Goliat: “A pesar de tu desprecio a este muchacho que tiene solo una honda y unas piedras, y a pesar de toda tu invocación a tus falsos dioses, todavía te aferras a tus armas de guerra. Pero yo vengo a ti”, le dice, “en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado”.
Cada vez que leo este pasaje, pienso en lo mucho que me parezco a Goliat, en vez de a David. Por supuesto, doy gracias por las comidas en el nombre del Señor, y digo cosas como “si Dios quiere, terminaremos a tiempo este proyecto”.
Pero en realidad, cuando entro al campo de batalla, me aferro a mis propias fuerzas, a mis habilidades, a mis armas de guerra. Me aseguro contra pérdidas, y me baso en mis promesas y en la confianza en mí mismo para hacer las cosas. Soy como Goliat, invocando el nombre de una deidad que realmente no conozco, y fingiendo que puedo arreglármelas con fe en los logros del pasado.
¿Cómo sería vivir con la fe de David? David sabía que se avecinaba una batalla, y que tenía que hacer su parte. No probó a Dios presentándose desarmado en el campo de batalla. De hecho, entró con las armas que más conocía. Incluso su afirmación de que le quitaría la cabeza a Goliat, está basada en una visión del futuro, práctica y llena de fe.
No tenía una espada, pero sabía que después que entregara a Goliat en sus manos, habría una espada que necesitaría un nuevo dueño. Yo tengo la esperanza de que Dios proveerá, pero David estaba seguro de que proveería. En mi mente, la bendición de Dios es un puede ser. Para David, la bendición de Dios era un sí seguro.
Mi fe se parece más a la de Saúl que a la de David. Saúl le dice a David: “Ve, y Jehová esté contigo” (1 Samuel 17.37b), pero inmediatamente después de invocar a Dios, Saúl lo insta a tomar su armadura y su poderosa espada. Claro, parece decirle Saúl: el Señor estará contigo, pero mejor toma estas cosas en caso de que Él no responda. La fe de Saúl es la fe de un apostador. Es un poco mejor que la de Goliat. Pero poco diferente a la mía.
¿Qué tan diferente sería mi vida si yo viviera como si las promesas de Dios no fuesen un puede ser, sino un sí seguro? ¿Qué tan diferente sería la suya? David venció al gigante porque Dios estaba a su lado, y porque, a su vez, él confiaba en Dios y no en los caminos del hombre. ¿Con que frecuencia elegimos el camino de la derrota, precisamente porque estamos tratando de ganar con los caminos del hombre, en vez de transitar por la senda que Dios ha preparado para nosotros?
Camine con la fe de David. Esa es mi oración por mí mismo, por mi familia, y por usted.

4. Preguntas para el crecimiento personal y espiritual:

a. ¿Qué actitud asume ante los problemas?
b. ¿Siente que son como Goliat?
c. ¿Los enfrenta en el poder de Dios o en sus propias fuerzas?
d. ¿Lleva sus problemas a Dios en oración?
e. Una meta: Entregar desde hoy nuestros problemas en manos de Dios
Autor Tony Woodlief

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