Cuando volvemos nuestro rostro a Dios, comenzamos un proceso para crecer... |
1.
Lectura Bíblica: Mateo
20:29-43;
2.
Versículo para memorizar:
“Cuando Jesús los oyó, se detuvo y
los llamó: —¿Qué quieren que haga por ustedes? —Señor —dijeron—,
¡queremos ver! Jesús se compadeció de ellos y les tocó los ojos. ¡Al instante
pudieron ver! Luego lo siguieron.”(Mateo 20:33, 34. NTV)
3.
Reflexión en la Palabra de Dios:
Se averió el auto. Justo cuando Jairo atravesaba
una avenida transitada de la ciudad. Los otros autos pasaban raudos y hacían
sonar la bocina. No faltó quien le llamara “aprendiz”,
y la señora malhumorada que le hizo una seña grosera con la mano. El hombre
estaba furioso. Si no fuera porque le veían, de buena gana habría agarrado los
neumáticos del carro a puntapiés.
¿Qué hacer? Se formuló
la pregunta una y otra vez. No encontraba aparente salida al laberinto. Miró
dentro. La Biblia estaba abierta en el evangelio de Marcos, que leía por
pequeñas porciones mientras el semáforo hacía el cambio de luces de rojo a
verde. ¡Claro! Buscar a Dios… Como si un bombillo se iluminara. Inmediatamente
pensó: “Dios debe estar bastante ocupado
resolviendo problemas del mundo, como para ayudarme con un neumático ponchado”.
Y desistió por algunos minutos.
El sol canicular, el
calor insoportable y el ruido de autos, le llevó a reanudar su pensamiento
centrado en Dios. Y oró: “Señor, ayúdame. Tengo un problema con un neumático,
no tengo herramienta y necesito ayuda”.
Tres minutos después una
camioneta se orilló, se bajó un hombre entrado en años, sonriente, como quien
descubre una botella con agua abandonada en el desierto. “Veo que se varó. Soy mecánico. ¿En qué puedo ayudarlo?”. Y no solo
hizo el trabajo, sino que además se despidió: “No le cobraré nada. Quizá otra vez si volvemos a encontrarnos”.
Se alejó hasta perderse
en la distancia en su camioneta color rojo granate. Y Jairo no pudo menos que
agradecer a Dios. ¡El Padre celestial se ocupaba de los pequeños detalles, como
comprobó ese día!
Dios responde a nuestras
oraciones con poder. Lo tenemos claro pero, con frecuencia, lo olvidamos.
Pareciera que concebimos en nuestra mente a un Dios que sólo se ocupa de
asuntos de alto nivel, y que desconoce nuestras pequeñas necesidades. Estamos equivocados.
La autora y
conferencista, Catherine Marshall, llama la atención al respecto cuando
escribe: “Dios insiste en que le pidamos,
no porque Él necesite saber nuestra condición, sino porque nosotros necesitamos
la disciplina espiritual de pedir. De manera similar, el hecho de presentarle
peticiones específicas nos obliga a dar un paso adelante en la fe. La razón por
la cual la mayoría de nosotros no hace peticiones que consideramos pequeñas, es
porque creemos que si oramos por algo definido, y nuestra oración no tiene
respuesta, entonces perderemos la poca fe que nos queda.”(Catherine Marshall.
“Aventuras a través de la oración”. Editorial Betania. EE.UU. 1975. Pg. 16)
Le invito a que
considere, cuidadosamente, cuántas veces pudo haber pedido al Padre celestial
algo en apariencia sencillo, pero no lo hizo. Es una forma de medir nuestra fe,
de levantar barreras que impiden que nos movamos en la dimensión de los
milagros, y además, que disfrutemos al máximo del poder que se desprende de la
mano de Dios en respuesta a nuestro clamor.
En alguna ocasión
mientras el Señor Jesús recorría territorios predicando la Palabra, dos hombres
invidentes oyeron del Maestro. No lo conocían. Lo no habían visto obrar
milagros. Desconocían su origen. Simplemente sabían que era alguien venido de
Dios. Probablemente lo pensaron dos veces antes de pedirle un milagro, pero
después de dar vueltas sobre el asunto. Y se decidieron.
El Evangelio describe la
escena de la siguiente manera: “Mientras Jesús
y sus discípulos salían de la ciudad de Jericó, una gran multitud los seguía.
Dos hombres ciegos estaban sentados junto al camino. Cuando oyeron que Jesús
venía en dirección a ellos, comenzaron a gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten
compasión de nosotros!». «¡Cállense!», les gritó la multitud. Sin embargo, los
dos ciegos gritaban aún más fuerte: «¡Señor, Hijo de David, ten compasión de
nosotros!». Cuando Jesús los oyó, se detuvo y los llamó: —¿Qué quieren que
haga por ustedes? —Señor —dijeron—, ¡queremos ver! Jesús se
compadeció de ellos y les tocó los ojos. ¡Al instante pudieron ver! Luego lo
siguieron.”(Mateo 20:29-34. NTV)
Le invito a considerar
varios aspectos de manera que no pasen desapercibidos en el texto:
1. Los dos hombres ciegos
no habían visto al Señor Jesús, no le habían visto obrar milagros, pero habían
escuchado que venía de parte de Dios.
2. Los dos hombres ciegos
quizá pensaron que su necesidad era
pequeña pero clamaron al Señor Jesús.
3. Los dos hombres ciegos
no se dejaron arrastrar por los incrédulos que les instaban a callar.
4. Los dos hombres ciegos
perseveraron en medio de las dificultades, pidiendo por su milagro.
5. Los dos hombres ciegos
fueron específicos en cuanto a qué
necesitaban de Dios.
6. Dios honró la fe de los
dos hombres y les concedió el milagro de ver, a través de la ministración del
Señor Jesús.
Hoy
es el día de imprimir una dinámica nueva en su relación de intimidad con Dios.
Orar es hablar con Dios, pero además, entrar en Su dimensión. Es experimentar
cambios, crecimiento, armonía interior. Y no solo en nuestra vida sino en la de
nuestra familia. ¡Hoy es el día de dar pasos de fe, firmes, en el proceso de
crecer en la oración!
Si
no le ha abierto las puertas de su corazón a Jesucristo, hoy es el día para que
lo haga. No se arrepentirá. Además, si tiene alguna inquietud, escríbanos a webestudiosbiblicos@gmail.com
© Fernando Alexis Jiménez
4.
Preguntas para el crecimiento personal y espiritual:
a. ¿Cuánto tiempo hace
que no ora a Dios?
b. ¿Ha olvidado que orar
es ir a la fuente de poder que es Dios?
c. ¿Ha intentado al menos
orar unos pocos minutos?
d. ¿Ha olvidado que a
orar se aprende orando?
e. Decido desde hoy, con
ayuda de Dios, imprimir una nueva dinámica a mi vida de oración.
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